El alma, el espíritu y el cuerpo
En el primer adiestramiento del año del Distrito de San Juan II, el recurso nos planteaba sus posiciones, y usó como términos separados lo que conocemos como, alma, espíritu y cuerpo, como integrantes de la trilogía divina que culmina al unirse en la creación y desarrollo del ser humano. Su planteamiento me llamó la atención. Por razones de tiempo, no pudimos trabajar estos conceptos y no me quedó claro la diferencia o similitud de los términos alma y espíritu. Eso fue suficiente para ponerme a pensar hasta que irremediablemente decidí escribir lo que pienso sobre el tema. Pregúntese ¿que es el espíritu?, ¿qué es sustancia, energía, o flujo?, ¿cuáles son sus funciones?, ¿de dónde viene y a dónde va?, ¿qué forma tiene, si alguna? El alma, ¿qué es? De igual forma formulé las mismas preguntas sobre lo que es el alma.
El concepto cuerpo, por pertenecer al mundo tangible, las respuestas aunque, muy complejas en cuanto a la descripción científica del mismo, fue de mejor y más fácil comprensión para mí. Definí el cuerpo como “recipiente dotado de potencia y estructura para actuar”. Esta definición me conduce a otros problemas filosóficos en cuanto a la epistemología del concepto mismo. El cuerpo como recipiente implica que fue hecho para contener algo, lo que me obliga a aceptar una predestinación del mismo y la existencia de un constructor divino. Crearía una contradicción ontológica hablar de espíritu y alma sin aceptar la presencia de un constructor divino. Como también sería contradictorio hablar de la construcción de la materia, sin aceptar la presencia de ese constructor que todo lo ha hecho. Fue para Aristóteles, como para Santo Tomás de Aquino, Dios, el que todo lo mueve, desde la quietud, el que todo lo hace. Las concepciones de Dios de estos filósofos son irrefutables, o por lo menos al día de hoy, no existe otra explicación. La ciencia se ha dedicado a saber como Dios hace las cosas para imitarlo, después de todo, Él nos hizo a su imagen y semejanza, así que nada malo hay, en querer ser como Él. Por lo tanto, si para poder definir lo que es el cuerpo, existe tanta dificultad en su conceptualización filosófica, imaginen lo que significa “trabajar usando la razón”, con los conceptos espíritu y alma.
Hago la salvedad cuando señalo “trabajar usando la razón”, porque es mi objetivo pensar sobre estos términos sin hacer uso de la fe o de mis creencias, mientras me sea posible. Bueno, después de hacer estos apuntes, que creo me clarifican algunas de mis múltiples dudas, me siento un poco más cómodo para reflexionar sobre lo que es el alma y lo que es el espíritu. Haciendo la salvedad de que estos términos han pasado por traducciones durante siglos, que han sido influidas por intereses de todo tipo, intento hablar de ellos dentro de un punto de vista muy personal. Tomando como punto de partida a la filosofía griega, Sócrates estableció en su concepción de la razón, que el ser humano nacía con un espíritu dotado de conocimiento divino, ya que Dios depositaba su espíritu en el ser que nacía. Sócrates entendía, que el conocimiento de Dios moraba en los hombres y que a través de la memoria que recuerda el mundo divino, el hombre podía educarse.
En nuestra religión de fundamento judío cristiano, Jehová sopló en la nariz de Adán y lo dotó de vida e inteligencia espiritual divina. Nosotros, los cristianos, entendemos que el conocimiento divino existe, pero por razón del pecado original, estamos destituidos de la gracia de Dios. Platón planteaba que la razón humana moraba en el alma y que esta razón recibía las ideas que existían en el mundo de las ideas.
Desde los inicios los hebreos, griegos y otros, comenzaron a hablar sobre los términos espíritu y alma, a veces como sinónimo y a veces como entidades separadas. Más aún, cuando en nuestra reunión en el Distrito surgen estos términos por separado, me parece que lo que comenzó Abraham, Sócrates, Platón y otros grandes pensadores, continúa siendo una interrogante, que ahora se expone ante los consejeros de San Juan II.
Esta situación constituye un reto humano y profesional, ya que estamos involucrados en la contestación de la siguiente pregunta: ¿El Espíritu y el Alma son entes diferenciados, o se trata del mismo ser divino? ¿Hubo un solo soplo de Dios en Adán o fueron dos soplos? Cuándo Sócrates usa la palabra mayéutica como instrumento para activar la memoria divina, ¿a quién le pregunta, al espíritu o al alma? Nuestro Distrito tiene interrogantes de máxima profundidad filosófica con las que debemos trabajar. Sin embargo, a mi me parece que el espíritu es el regalo de vida que nos hace ser. Ser es un atributo de la esencia, lo que soy es mi fundamento.
Por lo que el espíritu contiene los elementos divinos que nos asemejan a Dios. El espíritu es Dios en potencia que mora en nosotros. El alma es un órgano del espíritu. El espíritu nos hace ser y el alma es lo que nos hace hacer. Recordemos que Platón ubicaba la razón humana en el alma y planteaba que sólo a través de la disciplina de ésta podemos ver la luz. Es de lo que aprende el espíritu del mundo. Es el contacto del espíritu con el mundo exterior. El alma es creada y formada por el espíritu y su inmortalidad es irrefutable, pero su presencia no.
Los hombres que actúan en la maldad lo hacen por que han matado la facultad del espíritu de crear, retener y desarrollar este órgano, el alma. El alma es el contacto del espíritu con el mundo y esta una vez acostumbrada al mal se enajena la razón al bien. El espíritu se glorifica o se corrompe, se desarrolla o se enferma, dependiendo del desarrollo del alma.
El hábito de hacer buenas cosas hace que el espíritu se glorifique con las acciones buenas. Acciones que nacen de su origen divino y entonces nace y se desarrolla el alma y así se crean hombres de conciencia. Cuando es el vicio el que rige nuestro hacer, nuestro espíritu se corrompe por sus acciones. Entonces el alma no se desarrolla, o nos abandona y así los hombres se convierten en hombres desalmados.
Los hombres desalmados viven solos en el espíritu, en un espíritu enfermo, solo y poco desarrollado que sólo les permite existir. Sin embargo los hombres glorificados viven en armonía de espíritu y alma. El espíritu lleno de los mandatos de Dios y el alma funcionando con el mundo, como el espíritu mandata. Esta armonía de espíritu y alma se traduce en salud mental y física. “De la abundancia del corazón habla la boca”, decía Jesús. “Mente sana en cuerpo sano”, decían los griegos.
Establezco entonces, la máxima de que para desarrollar el alma hay que hacer el hábito de obrar bien. Como todo hábito se reduce a la práctica racional de acostumbrarse a hacer bien las cosas y a hacer cosas buenas, ser bueno no es un asunto de convicción, sino un asunto de decisión. Soy bueno porque me lo propongo, por que es mi deber racional serlo. La costumbre de obrar bien educa al alma y nutre al espíritu. Por lo que el gran misterio de hacer el bien y de evitar el mal es también cosa de educarse en las buenas cosas.
Es entonces trabajo de maestros enseñar a hacer el bien, es cosa de educar la razón que mora en el alma humana en hacer hincapié en este objetivo. Es reconocer que las instituciones educativas poseen un mandato moral que convierten a los maestros en voceros de la moral. Entonces si después de haber sido educado el hombre en el bien, si después de conocer la virtud de Dios, insiste el hombre en ser malo, ese hombre debe ser llamado insensato, torpe y terco y sobre él toda consecuencia.
Bueno, tal vez todo lo que estoy diciendo puede complicar más las cosas, pero me muero por estar presente en la próxima reunión de consejeros del Distrito de San Juan II donde además de todos los temas que tratamos en estas reuniones, entremos nosotros a disertar sobre este tema.
Ah, estoy seguro de que no faltará quién ponga en entre dicho la pertinencia de mis planteamientos y diga que el tema del espíritu y del alma y de Dios es algo privativo de religiosos, reverendos o monjes. A esos quiero recordarle que la mas alta función de la escuela es la de educar el alma, por que en ella se encuentra la conciencia y solo con conciencia se logra la justicia. No hay hombre mas educado que el hombre justo…ya lo dijo Eugenio María de Hostos “Más alto que el sabio vive el justo, por que más alta que la verdad esta la justicia”.
Dr. Jorge H . Larrache Aruz